Mingo señaló en una entrevista para radio Monumental que la distribución de la lluvia y el viento durante el temporal no fue equitativa.
En lo que respecta a las velocidades, la estación de referencia en Central, específicamente Silvio Pettirossi, registró ráfagas de viento que oscilaron entre los 90 y 105 km/h. Sin embargo, en áreas donde no existía “censuramiento” (zonas abiertas), se estima que las ráfagas superaron fácilmente los 100 km/h, llegando incluso al orden de 100 a 110 km/h.
El director de Meteorología explicó que el viento del sur o del suroeste genera una característica peligrosa conocida como el “viento lateral”. Este tipo de viento tiene la capacidad de mover el vehículo completo, una situación de “terror” que se presentó en al menos dos o tres ocasiones en la Ruta PY02, en la dirección de hacia el este.
Por otro lado, enfatizó que estas altas velocidades se dieron en ráfagas, lo que implica que no fue una cuestión sostenida. Un viento sostenido haría que “empieza a volar todo” hasta que pare.
Para explicar el mecanismo de las ráfagas, utilizó una metáfora: es como un “suspiro”. El proceso implica una especie de pausa, similar a “inhalar y exhalar” con una pausa después de la inhalación. La intensidad de la ráfaga retrocede por un momento en su valor, pero después “le da con todo otra vez la energía”.
Esta acción de la naturaleza, que Mingo describió como “oscilar” (suspira y suelta, suspira y suelta), es la que genera una condición de daño mayor. Esta oscilación es la causa de que se produzca el desprendimiento o la caída del árbol completo, afectando también a los techos.
El efecto destructivo de la ráfaga de viento no es como un empuje constante de un bulldozer, sino más bien como el movimiento repetitivo y violento de un martillo. Al igual que el viento que “suspira y suelta” provocando que los árboles oscilen hasta romperse, un golpe repetido y rítmico, aunque con breves pausas, tiene un potencial de daño estructural mucho mayor que una presión constante.