El fentanilo, que comenzó a usarse en el país norteamericano en la década de los 90 como un potente analgésico, rápidamente se transformó en una droga mortal debido a la adicción que genera en sus usuarios, convirtiéndose en una mercancía altamente valorada para el narcotráfico.
La gravedad de la crisis se refleja en las cifras: se reportan aproximadamente 70,000 muertes por consumo de fentanilo cada año. Expertos señalan que los fallecimientos por sobredosis aumentaron en un impactante 168%.
A pesar de los esfuerzos, las medidas implementadas para frenar su ingreso han resultado insuficientes. Ni el aumento de aranceles a países fabricantes como China y Canadá, ni las sanciones a México –país al que Donald Trump acusaba de facilitar su entrada y mencionaba a los cárteles mexicanos– han logrado detener el flujo ilegal de esta droga a territorio estadounidense.
Una de las principales preocupaciones es la potencia del fentanilo, que es 50 veces más potente en sus efectos que la heroína. Además, es extremadamente difícil de detectar en los controles, ya que prácticamente no se percibe al olfato y puede ser inoculado o infiltrado en pastillas o medicamentos legales o permitidos. Esta característica lo convierte en una amenaza sigilosa, y por ello, se insta a la población a prestar especial atención a las pastillas que se les ofrecen o que compran.
Aunque en países como Paraguay “el fentanilo todavía no causa los estragos que se ven en los Estados Unidos”, la advertencia es clara: es crucial estar alerta